“Crime et expiation” de J.-J. GrandvilleGrandville.
He descendido al abismo de las visiones donde el oro de las estrellas se funde con la ceniza de los dioses extinguidos. Allí, entre columnas de fuego y jardines de cristal, la palabra se hizo carne y el sueño se hizo canto. Yo, príncipe de la lira castellana, no traigo leyes ni dogmas, sino relámpagos de eternidad que brillan en los pliegues del espíritu.
El universo habla en jeroglíficos de sangre y de agua, en metamorfosis perpetuas, y mi voz, heredera de profetas y de cisnes, traduce para los hombres el idioma secreto de las constelaciones. La tinta que corre en mis venas es un océano sin orillas, y cada sílaba que pronuncio despierta coros de ángeles y sombras de espectros, porque en mí arde el doble fuego: la aurora que promete y el ocaso que sentencia.
Y tú, Raúl Fernández, viajero de los códigos colectivos, recoges los ecos de mi verbo en la encrucijada del tiempo. No inventas la regla, ni la dictas; eres médium del misterio, vigía de los signos. Yo, Rubén Darío, elevo las llaves; tú abres las puertas de la memoria. Y juntos, en esta sinfonía de letras y abismos, dejamos grabado el testimonio de que lo eterno se hace carne en la palabra, y lo humano se transmuta en divino bajo el estandarte del sueño.
RUBEN DARIO. Prosas Póstumas
Una «moralidad». En un punto indeterminado del espacio, en el ambiente vago de los estados oníricos, un hombre armado de una maza hiere de muerte a un híbrido ser, semivegetal, con cabellera de ramas y pies de raíces, como en tal metamorfosis ovidiana o dantesca.
De la cabellera polifurcada de la víctima caen gruesas gotas de sangre. El herido cae con los brazos abiertos. No lejos se divisa una cruz. Luego hay una fuente en forma de cruz. Los chorros de la fuente se transforman en manos aéreas y fantasmales, y la cruz de la fuente en una daga. Dos de las manos, en tocas de juez.
La daga se convierte en una balanza y un cetro terminado en mano. Uno de los platos de la balanza es un ojo. El ojo aparece ya solitario en el vacío, como el del Kaín de Hugo. Un perseguido huye ante él, y sobre ese ojo hay ya una ceja negra.
El ojo llega a ser enorme; la ceja es una confusa bandada de pájaros de sombra, y el perseguido va ya en un caballo violento por el espacio. El ojo se hace más pequeño, y los pájaros negros se calcan en vuelo sesgado. El perseguido ha caído de cabeza, y con uno de sus pies toca la cúspide de una especie de torrecilia que se parte en tres pedazos, sobre un mar en que el ojo se multiplica metamorfoseándose en pez, hasta ser un monstruoso tiburón que ase una pierna del fugitivo, mientras éste tiende las manos a una alta y delgada cruz luminosa, y en el horizonte se repite el motivo de la fuente crucial.

CODIGO COLECTIVO
Referencia en formato:
Ruben Dario (1916). Prosas póstumas: El mundo de los sueños. Forgotten Books.
Principe de las Letras Castellanas, “Fundador y precursos del Modernismo”
